Anda,
Cállate
La boca
¿No?

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Escribo para suplir mis ganas de llorar. Si no, ¿para qué escribir? Sólo los cobardes escriben cosas útiles. Me hipnotiza la voz, el ritmo constante de la guitarra, que toca siempre la misma serie de acordes. No me digas más, quiéreme así, como estoy ahora, con los dientes estropeados, los granos, el pelo cortado como si fuera un niño pobre. Quiéreme así, y te querré para siempre, sin condiciones, sin fisuras. La revolución francesa, una señora sentada en un sillón viejo pero confortable. Quédate un rato más en mis recuerdos, te echo de menos. En la mesa, un libro enorme, de tapa dura. Al lado del libro, una hoja y apuntes, un lápiz, una regla de colegio. El sol entra e ilumina el lugar donde lee la señora. Luego se mueve, cuando el sol se va, hacia otra sala de la casa, con otra orientación, en la que hay un sillón parecido, una mesa parecida, y el mismo sol. Luego aparece la luna y todo desaparece. Cena algo, poco, y trata de dormir. En frente de la cama hay un cuadro de Goya, oscuro, imperfecto, perfecto, que a veces se queda mirando durante largo rato. En realidad, todavía no sabe quién mira a quién. En el pasillo, una ostra avanza por la casa, girando, dando vueltas sobre sí misma. En vez de una perla, lleva un cuchillo en su interior. La señora tiene miedo, pero no se mueve, no puede. Simplemente espera que la ostra no entre en su cuarto. Hay tantos cuartos que a lo mejor no sé de cuenta. La concha llega hasta la cocina, se sube a la mesa, abre la nevera, come.

El libro sigue sobre la otra mesa, temeroso de que un movimiento en falso descubra su posición. El bolígrafo, lleno de miedo, se acurruca bajo el lomo del libro. No entiendo que está pasando. Esto no es una historia. No es nada. Es viento, ni siquiera humo. Dióxido de carbono, ni siquiera oxígeno.

Ha granizado de forma intensa durante unos momentos, luego ha llovido, y ahora todo está mojado.

¿Qué podría contar? debe ser algo que no descubra nada demasiado oscuro de mí, pero que al mismo tiempo muestre algo íntimo, verdadero. Estoy casi seguro de que ambas cosas se destruyen la una a la otra. No es posible hacer algo importante sin dar algo igual de importante, porque la verdad está escondida donde no nos atrevemos a mirar. Yo tengo que ser valiente y mirar, sino no sirve de nada. Pero aunque mire, contar lo que he visto ahí dentro, me da mucha vergüenza. Soy demasiado joven, estoy demasiado apegado a mi persona, a mis ojos, a mis imperfecciones, a mi cuerpo, a mis opiniones. Confesarlo así, sin más, no sé, la gente se reiría de mí, y con razón. Sin embargo, quizás sea más fácil contar las cosas a desconocidos a los que no tienes que mirar nunca a los ojos. Estoy seguro de que lo es. Por eso la gente es tan mala en las redes sociales. Porque no tiene que mirar al otro a la cara tras haber dicho una burrada. Pero esto ya lo sabe todo el mundo.

¿Qué representa la ostra? Al principio, nada, pero ahora que lo pienso, podría representar el miedo a la muerte, frente a la aparente tranquilidad en la que vive la señora. Hay algo, debe haberlo, que la perturba. No se puede ser tan feliz, estar en esa paz total y extremadamente aburrida con la vida, sin que haya algo. Leer un libro enorme y poco interesante y luego irse a la cama después de una cena insípida, no es normal. Esa gente no puede dormir con tranquilidad. La noche trae los fantasmas que no han tenido tiempo de presentarse durante el día.

Escribo como un estúpido.

Estaba esperando a que la creatividad, tras un momento vagando por distintos lugares, se instalará en un sitio concreto, una historia. Pero no, sigo divagando. Ya que estoy así, les voy a contar un cuento muy corto que escribí el otro día.

El ruiseñor dijo con expresión severa: no podemos seguir así. Pero nadie le hizo caso y decidió marcharse para siempre. Voló por los caminos de la Tierra buscando un lugar en el que construir su nido. Tras mucho buscar, no encontró nada, y triste, se posó sobre la rama de un árbol cualquiera. Allí se quedó pensando: qué desgraciado soy, no hay lugar en este mundo para mí. Siguió pensando así hasta que murió de viejo, sobre aquella rama, sin darse cuenta de que había encontrado ya su hogar.

A continuación, os dejo mi interpretación de la historia, pero pienso que debéis parar antes y pensar la vuestra propia y quizás, mandarme un correo con ella. La mía es simple y proviene de una sola cabeza poco evolucionada, por lo que no debéis anclaros a ella.

La historia es muy trágica, pero me fascina. El pájaro había encontrado su hogar, pero estaba tan preocupado por haber fracasado en su búsqueda del lugar perfecto, que no se dio cuenta de que lo tenía debajo. Además, encontró su hogar justo cuando dejó de intentarlo. Pero murió sin darse cuenta. Aun así, ¿se le puede llamar hogar si el pájaro nunca lo consideró como tal? No lo sé. Esa es una pregunta importante qué haría una persona cínica que no quiere aprender nada de la historia.

Para finalizar tengo otro pequeño relato para el disfrute de los más pacientes.

Me tiraron una piedra, que vi venir hacia mí con asombrosa rapidez. En vez de esquivarla, cansado después de tanto tiempo huyendo de mis problemas, la intenté parar con la sola fuerza de mi voluntad. A lo lejos, los otros niños miraban, esperando para comprobar cómo huía despavorido. Pero esta vez no les daría el gusto. La piedra, mientras tanto, describía un arco perfecto y directo hacia mí, impulsada por la gravedad, esa cosa extraña que lo mueve todo hacia el mismo sitio.

Yo, como digo, no me movía.

En cambio, afirmé mis pies en el suelo, tensé la espalda desde el culo hasta los hombros y miré la piedra con una furia y una intensidad similares a cuando tu hermano mayor te tira la torre de legos que llevas toda la tarde construyendo.

Pese a mis esfuerzos, la piedra ni siquiera reducía un poco su velocidad.

Ante el inminente choque, preferí quedarme quieto. Seguí mirando la piedra, esta vez sin furia, pero con la determinación del que ha tomado una decisión terrible y sabe que ya no hay vuelta atrás. Me relajé y esperé con impaciencia la piedra, haciendo alarde de un desinterés que nada natural en mí. Entonces, por un instante, mi pensamiento se quedó vacío de toda idea, y en esa nada apareció la piedra. Dejé de ser yo mismo, conecté con la piedra y sentí que ella comprendía todo y se lamentaba por su incapacidad para evitar la realidad. Quería frenarse, pero no había sido dotada con esa característica al nacer del mundo.

Luego la piedra me estalló en la frente y me desmayé. Los chicos al otro lado se quedaron con la boca abierta y unos instantes después salieron corriendo. Yo me quedé ahí tendido, sobre la tierra del paseo, hasta que una señora que paseaba con su bebé me vio y llamó a la ambulancia.

Daniel Alonso Viña
12.4.21