Cuadro de Pablo Picasso.

Podría seguir
pero no quiero dejar al tiempo
correr sin mí.

D

Es de noche y en el bar casi no quedan luces que apagar. Un hombre se resiste. Lleva varios días sin comer. Hoy una señora le ha dado cinco euros. Ha intentado gastarlos en comida, pero no ha podido evitar la tentación. Las cervezas también llenan el estómago si tomas las suficientes. Tienen levadura, agua, cereales.

Sobre su mesa hay una moneda y un vaso casi vacío. Los restos de una luz lejana llegan con gran dificultad. Mira en esa dirección y se queda absorto un momento. Gira la cabeza y mira a alguien. No le conoce. Cuando sus miradas muertas se encuentran, gira la cabeza y se concentra en su cerveza. La espuma se mantiene débil en los bordes. No quiere beber de golpe todo lo que le queda. Ya se ha bebido de golpe lo anterior. Coge el vaso y da un sorbo. Lo vuelve a dejar encima de la mesa. Observa la diferencia entre las dos marcas. Se aburre. Mira la moneda. Coge la moneda entre sus dedos gordos y observa la cara del rey impresa en ella. Es el rey emérito. La da la vuelta. Aparece el símbolo de euro y un uno al lado. Es bonita. Con los dedos pulgares aprieta los laterales de la moneda al tiempo que la pone de canto sobre la madera. Parece que quiere doblarla. Imprime fuerza en sentidos opuestos sobre el canto de la moneda, hasta que esta se libera y empieza a girar sobre sí misma.

La moneda se detiene y cae sobre la cara del rey. De nuevo la coge entre los dedos, levanta los codos, agacha la cabeza y aprieta el canto de la moneda. La moneda salta y se pone a girar como loca. El hombre la mira fascinado hasta que se para de nuevo. Entonces levanta la cabeza y mira distraído alrededor. Se encuentra de nuevo con la mirada del otro cliente, que le observa con gran ímpetu. Coge la moneda y justo cuando está a punto de volver a soltarla, alguien le toca en el hombro. Es el otro cliente, que dice

—Hola.

Pero él no le contesta. Se le queda mirando, con la moneda en la mano, sin saber qué decir. No quiere ser interrumpido. Estaba preocupado por sus asuntos y le han interrumpido. El otro cliente, ante aquel silencio sepulcral, dice:

—Me gustaría saber qué estás haciendo.

Y espera. El hombre de la moneda no le contesta. Le mira, pero no le contesta.

—Venga hombre, que me estoy aburriendo y tengo curiosidad. Te invito a una cerveza.

El hombre levanta las cejas y gira la cabeza, pensativo. No se decide a hablar. Cuando el otro cliente está a punto de marcharse, el hombre se vuelve y pregunta

—Si te cuento mi descubrimiento, ¿me invitas a una cerveza?

—Sí.

—Pero la quiero ahora. Primero la pides y luego te explico.

El otro cliente se gira y con un gesto de la mano pide dos cervezas al camarero. Luego se sienta. El hombre mira y juega con la moneda entre los dedos. Llegan las cervezas, el camarero echa una mirada vigilante y vuelve detrás de la barra.

—La verdad es que no sé si debo contártelo —dice el hombre con aire desinteresado. Además, creo que tampoco es para tanto. No tiene tanta importancia

—Venga hombre— dice el otro un poco cansado de tanto drama—no me vengas con estas ahora, que ya te he pagado la cerveza. Bebe y cuéntamelo de una vez.

—Vale vale— dice el hombre. En realidad, él quería contárselo, pero quería comprobar el verdadero interés de su nuevo compañero.

La luz en la distancia sigue brillando con timidez, de forma que los dos hombres se tienen que sentar juntos en un mismo lado para no impedir que ilumine la mesa. Hace calor, pero la cerveza ha sido servida en vasos sacados del congelador. El camarero está aburrido también y se pregunta con apatía por el resto de la gente, al tiempo que mira de reojo a los dos únicos clientes sentados juntos en la mesa del fondo. Ha visto al hombre raro concentrado jugando con la moneda, pero prefiere no acercarse mucho a él.

—Bien—dice el hombre al tiempo que se posiciona para hacer girar la moneda de nuevo. Los codos en alto, la cabeza gacha y los pulgares presionando con fuerza el canto de la moneda. —Observa—dice, y presiona. La moneda salta y se pone a girar. Mientras se prolonga su giro, el hombre habla.

—Para que el experimento tenga el mayor éxito posible la moneda debe girar muy rápido y a ser posible sobre un eje que sea horizontal con el de la madera. Cómo puede ver—dice, señalando la moneda rotatoria— cuando coge suficiente velocidad, que suele ser al principio, dejamos de ver la moneda y a nuestros ojos se perfila otra figura distinta. Vemos una bola de oro.

La moneda se para. El otro cliente está en silencio. El hombre coge la moneda de nuevo, levanta los codos, aprieta los pulgares. La moneda salta y empieza a girar. Entonces vuelve a hablar.

—La luz llega principalmente desde esa bombilla de allí— y señala la bombilla a lo lejos—. Al chocar contra la moneda girando a gran velocidad no vemos el reflejo que se produce en un objeto plano, sino el reflejo que se produciría en una bola. Lo que me parece realmente curioso es que a la mente le parece una bola y tengo ganas de agarrarla y meterla en el bolsillo como eso, como una bola, no como una moneda. Pero cuando la intento coger— y trata de coger la bola dorada— se desvanece, se para la rotación y la bola ya no está. Si sólo pudiera verla, pero no tocarla, tendría que decir que en efecto es una bola, pues no me daría cuenta de que en realidad se trata de una moneda girando. Pero al interactuar con ella, ¡puf! — y muestra la moneda plana y aburrida— se desvanece.

El hombre se queda callado mirando a su compañero. En su cara se esboza una media sonrisa de satisfacción, contento de haber sabido explicar con tanta precisión su idea y esperando con entusiasmo que su compañero pudiera comprender. El otro le mira, entre extrañado y perplejo. Se miran durante un momento. El otro cliente frunce el ceño y dice:

—¿Eso es todo?

El hombre de la moneda cierra el puño con su moneda dentro y pierde la sonrisa. Contesta:

—Sí, eso era todo. ¿No es genial?

El otro cliente se levanta de la silla y se pone enfrente suyo. Ahora no llega la luz y sólo se ve una masa oscura y alta que dice:

—No. Te he invitado a una cerveza. Esto no es suficiente. Te vas a tener que pagar la cerveza tú sólo con esa maldita moneda.

—No creo— salta el hombre con más seriedad de lo esperado. Después reflexiona un momento y se da cuenta de que su antiguo compañero es mucho más grande que él, y parece comer adecuadamente. Pero ya no hay marcha atrás.

—Ah no? — dice su ex compañero de juegos. — Pues entonces vamos a fuera. A mí nadie me vacila y luego me habla con esa superioridad. Venga, sal de ahí.

—No— dice el hombre. No sabe qué hacer. Si sale está muerto. Pero si se queda ahí probablemente también.

—¿Qué no? Ven aquí. Entonces, en una demostración de gran poderío físico, el ex compañero de juegos, el cliente que le ha invitado a una cerveza, le agarra del pescuezo y le levanta por los aires. Le saca de su asiento y le tira al suelo. Detrás de la barra el camarero observa atento, pero está decidido a no intervenir. El excompañero se pone de rodillas y levanta el puño en alto, dispuesto a depositarlo a gran velocidad sobre el hombre, que, por cierto, todavía tiene la moneda en la mano. Justo cuando el enorme puño está a punto de hundir su cara, grita:

—¡Espera! — y el otro se queda quieto, con el puño en su dirección. —Hay más... tengo... tengo más... hay algo que no le he contado... sobre la moneda.

El excompañero relaja el puño y se levanta despacio.

—Bien... pues adelante. —y se sienta en el banco frente a él. El hombre se levanta del suelo, se quita el polvo de la camisa y se arregla los pantalones. Cuando todo está correcto mira a su alrededor y le sobreviene un sentimiento de soledad macabra. El camarero y el excompañero le observan. Recoge la moneda del suelo, saca pecho y respira hondo, trata de infundir un poco de seguridad en sí mismo para sacar este acto hacia delante.

—¿Queréis la explicación entera? Yo os la daré.

Coloca una mesa en el centro de la sala para que todos puedan verle. Sube los codos, aprieta la moneda entre los pulgares con todas sus fuerzas hasta que esta escapa y empieza a girar.

—Lo de antes sólo era el principio de una teoría mucho más compleja cuyo desarrollo todavía está en sus primeras fases. Cuando la moneda está en movimiento giratorio nuestros ojos no pueden ver los giros porque no podemos percibir más que un rango muy pequeño de rayos y por tanto cuando la moneda gira a suficiente velocidad está se convierte, a nuestros ojos, en una canica dorada. Sin embargo, nuestra mano nos demuestra que esto no es cierto, pues podemos cogerla y descubrir que ésta no es más que una moneda. Bien. ¿Pero qué pasa con el resto de la realidad? Lo cierto es, amigos míos, que el mundo que nos rodea funciona de la misma forma. Son monedas que giran, pero que giran tan rápido que al agarrarlas con nuestras manos no pierden su forma. Los objetos corrientes, como esta mesa, están hechos de partículas muy pequeñas que se juntan y se mueven todo el rato, de forma que nosotros no podemos ver más que el resultado de ese movimiento. Al tocar esta madera, no se descompone porque entre mi mano y la mesa hay unas fuerzas electromagnéticas que se repelen, y eso hace que yo no pueda simplemente atravesar la mesa. La veo, la toco y mi vista comprueba que en efecto ha hecho una buena aproximación de lo que es la mesa. Sin embargo, ¿qué pasa con las cosas que no podemos tocar? Hay un mundo ahí fuera lleno de ilusiones. La realidad, amigos, es una ilusión creada por nuestro ojo para ayudarnos a navegar este mundo. La realidad que vemos es sólo así desde nuestro punto de vista. Los perros no ven el color porque no lo necesitan, porque los perros que veían el color no eran mejores evolutivamente. Nosotros, sin embargo, sí podemos ver el color. Algunos de nuestros ancestros sobrevivieron mejor gracias a ese error genético y por eso estamos aquí y tenemos esta visión del mundo. Lo que quiero decir es, que la realidad es simplemente un juego de formas y colores muy limitado, que nuestra visión del mundo es tremendamente animal, que no sabemos nada, que no somos nada más que el perro callejero que mea en las esquinas. Que sólo la ciencia nos ha permitido ir más allá y descubrir una realidad a la que no tenían acceso nuestros antepasados, una realidad que no observamos, sino que deducimos gracias a la tecnología y el desarrollo de las matemáticas y la física. En fin, me estaba preguntando sobre la importancia del ser humano, de un individuo sólo en un mundo tan frágil y tan bien predispuesto para que este se crea su propia importancia. Es ahí donde me he quedado.

La sala está en silencio, esperando el final. Pero no hay nada más de la parte del hombre, que se queda quieto incapaz de seguir hablando. Toma entonces la cerveza y le da un trago. El otro cliente se levanta y con una sonrisa en la cara dice:

—¿Eso es todo?

—Sí— contesta el hombre—eso es todo.

Entonces el otro cliente se acerca y con la mano cerrada en un puño le da un golpe. Nuestro hombre se cae al suelo. De la oreja sale sangre, pero está bien. Sólo necesita descansar un poco.

FIN

Daniel Alonso Viña
18.1.2021