La malversación
en el fondo
de tus bolsillos.

D

A esta hora del día,
las calles de Manhattan siempre están llenas de gente. Trombas de individuos se dirigen en todas direcciones, se paran en los semáforos, se acumulan en los bordes de las aceras esperando la señal que les lance a todos hacía el otro lado de la calle. En el camino se producen colisiones, robos de carteras, miradas despectivas, suspiros de resignación, todo en un bello y explosivo semáforo. El resto de la calle sigue lleno de otros que no quieren cruzar al otro lado, que prefieren seguir caminando por este lado de la historia, por el momento. Al mismo tiempo, las bicis se precipitan hacia la muerte y los coches tratan de sortear todos los obstáculos de la construcción, las obras, y el alcantarillado que les impide avanzar en línea recta por un lugar que debería ser una línea recta. Entonces surgen los pitidos y los gritos de los ciclistas a punto de morir y los patines eléctricos que siembran la anarquía, imparables y sutiles se cuelan entre los coches, las personas y la vida en general.

Hay dos tipos de personas que caminan por las aceras de asfalto y hormigón, cuya oscuridad atrapa la luz haciendo que se acumule con facilidad el calor. Hay dos tipos de personas: los turistas y los trabajadores. Los turistas son caminantes lentos, que generalmente van en grupos de varias personas. Si no es una familia numerosa acompañada de los abuelos, es un grupo de amigos o una visita guiada de veinte personas. Se mueven en pelotón a paso de tortuga y van siempre tomando fotos, mirando para arriba asombrados por la altura de los rascacielos, parándose, dándose la vuelta para ver un escaparate o sacando la cámara para hacer fotos a sus hijos o nietos.

Mientras, los trabajadores, que ya conocen hasta el aburrimiento las calles y trabajan en unos de aquellos infernales rascacielos, se mueven diferente. Su objetivo es llegar desde un lugar a otro de la ciudad en el menor tiempo posible, y son expertos en conseguir su objetivo. Su figura se mueve, con la cabeza agachada, en zigzag entre las masas de turistas despistados, puestos de perritos y colas insufribles, padres lanzando al aire los brazos para agarrar a sus hijos y evitar que se pierdan entre la muchedumbre. Los trabajadores caminan rápido y no se paran en ningún momento, nunca dudan sobre la capacidad de su instinto de saber lo que hacer a cada paso, se dejan llevar por el ritmo de la ciudad y de todos los seres que la habitan. Todo lo ven y todo lo esquivan, se meten entre la gente con una técnica impecable, impoluta, limpia.

Su único reto verdadero son los semáforos, en los que siempre intentarán no parar. Si ven que el semáforo está en rojo, frenan la marcha y camina más lento, descansando pero sin quedarse parados, como los corredores. Si está verde, sólo un experto es capaz de tomar la decisión correcta, sólo un trabajador atento y ansioso por llegar a su casa pone toda su intención en conseguir saber si el semáforo se va a apagar antes de que ellos lleguen, o si pueden acelerar y cruzar antes de que se ponga en rojo. La cantidad de coches acumulados en la carretera, la cantidad de gente por metro cuadrado que cruza en ese momento por el paso de cebra, el estado de los semáforos colindantes, son sólo algunos de los factores que utilizan para tomar una decisión final, cruzar, o no cruzar. Esa es la cuestión.

Uno de estos hombres es Spiderman. Es decir, un hombre muy corriente encajado en un traje de Spiderman. Trabaja en Times Square y en las calles colindantes, un lugar que para otros es un sitio de paso, pero que para él es su lugar de trabajo, su oficina, su centro de operaciones, su despacho sin puertas ni ventanas ni asientos.

Su trabajo es hacerse fotos con los niños y hacerles reír, esperando que algún padre le dé una propina suficiente. Suele ganar unos 70$ en un día normal, no le da para hacerse rico, pero le permite vivir y estudiar en la universidad pública de la ciudad.

El traje que lleva no es un traje cualquiera, hizo una inversión importante al comprarlo. Está hecho de muy buen material y tiene unos revestimientos de muy buena calidad para aparentar musculatura en los hombros, el pecho, la espalda y los abdominales. Es de lo mejorcito que se puede encontrar en tema de trajes de Spiderman. Los niños le adoran, él les hace reír, se saca una fotos con ellos y sus padres le dan una propina. Tiene algunos días malos, pero normalmente es un trabajo tranquilo. A veces hay disputas por el territorio, pero él nunca se ha visto en una de esas.

Normalmente hay peleas entre personas con el mismo disfraz. Alguna vez ha visto a Elmos pelearse entre ellos, o Buz Lightyears pelear con otros Buzz Lightyears, pero nunca ha venido otro Spiderman. A veces lo piensa, y no sabría muy bien cómo reaccionar. Hoy ha sido un buen día, pero justo antes de irse a casa, una vieja se ha acercado a él y le ha puesto el cigarro sobre el brazo, haciendo un pequeño agujero en el traje. Ahora camina hacia casa cabizbajo, pensando en cómo arreglar eso y pendiente de la gente que anda por la calle.

Sipderman es uno de los caminantes más capaces de Manhattan. Se sumerge en las calles con la cabeza agachada, mirando al suelo, con la espalda un poco encorvada, y con una voluntad terrible de llegar a casa, o en su caso, hasta la boca de metro que le lleva a casa. Se mueve entre la gente como una serpiente entre la maleza, hasta llegar a la boca de metro. Se mete en el metro justo cuando este acaba de llegar, acelera y entra justo antes de que la puerta se cierre tras él. El vagón está lleno. Se queda quieto, sin ni siquiera poder agarrarse a una de las barras, balanceándose con el resto de personas.

Se baja en su parada, sale a la calle y entra en su casa, que está muy cerca del metro. Es un apartamento de una sola habitación. El baño es común y está en el rellano de las escaleras. Lo comparte con una pareja que vive en el mismo piso que él. En el piso, aunque no merece este nombre, hay, literalmente, una cama, una mesa, dos sillas, un puf, una televisión vieja, lo necesario y justo para cocinar, y poco más. Se quita con cuidado el traje de Spiderman, lo deja en una percha y lo cuelga de la barra de la ducha. El resto de su ropa está en una estantería encima de la cama. Pero el traje de Spiderman es el que le da dinero, y tiene una percha para no tener que dejarlo en el suelo o apretujado en la estantería.

Se hace unos fideos de microondas en la cazuela mientras se da una ducha. Vigila los fideos mientras se ducha. Sale de la ducha, apaga los fideos, se pone algo de ropa vieja como pijama, y se sienta a cenar en el puf mientras ve las noticias de la CNN. Le gusta la CNN porque echan documentales de animales por la noche, y cuando no consigue dormir, el colchón está en frente de la tele, y sólo tiene que dar al botón para ver los animales en la CNN, hasta que se queda dormido de nuevo.

Ahora hablan de tornados que están arruinando ciudades enteras de Florida y dejando mucho muestro y destrozos. Termina la sopa, deja el cuenco sobre el fregadero y se va a dormir.

A la mañana siguiente se levanta temprano, sale a correr, en los pies lleva unas zapatillas viejas que le dejo su padre cuando vino a verle a Nueva York. Su barrio es lo opuesto a Manhattan, las calles están vacías y la gente que pasea son locales, gente que vive alrededor. Por aquí no hay nada que ver, nada merece ser objeto de una fotografía o un comentario en internet, esta parte de la ciudad no tiene restaurantes extraños, casas modernas, artistas vanguardistas, nada de eso. Es un barrio normal, y él agradece esa normalidad después de trabajar en un lugar tan abarrotado y con iluminaciones y pancartas y carteles deslumbrantes como Time Square. Aquí no hay nada de eso, nadie quiere hacer negocio aquí con su publicidad, sólo los carteles de las tiendas del barrio colorean los edificios.

Correr le ayuda a despejarse y dejar de pensar por un momento en los problemas que se le acumulan en forma de cartas en el correo. Es miércoles, su día libre, así que no tiene prisa por ir a ningún sitio, puede disfrutar de la mañana en su pequeño zulo iluminado por la luz del sol mañanero. Llega a casa, se ducha, se toma un café y se siente en el puf a leer.

Está ahí sentado, tranquilamente, tomando su café, cuando del piso de abajo empieza a escuchar unos gritos. Los del sexto están follando, y no hay forma de escapar a su ruido. Intenta leer, se pone los cascos, la música alta, pero da igual, no puede concentrarse. La chica sigue gritando de goce, no pueden parar, pam, pam, la chica grita a un ritmo constante y repetitivo, balanceada por el cuerpo de su novio, supongo. Él se la imagina allí abajo, con su novio, follando desnudos, como animales, y no lo soporta, le mata la envidia, su forma tan evidente de disfrutar de la vida, seguro que disfrutan sabiendo que él está arriba. Intenta no pensar en ello, intenta relajarse, es su día libre, necesita descansar, quiere relajarse. Pero no puede dejar de escuchar y pensar.

Harto, coge su chaqueta y sale a la calle con el libro en el bolsillo. Da un paseo por el barrio, se calma de nuevo, se sienta en un banco del parque y se pone a leer, hace un poco de frío pero el sol le calienta. En el parque juegan los niños y los perros mean en los arbustos, las señoras se pasean agarradas del brazo con sus señores mayores, sin decir nada, en silencio sepulcral y envueltos en una paz eterna.

Después de una hora leyendo en el banco, se levanta y vuelve a casa. Abre la puerta del portal, y comienza a subir las escaleras. Desde el primer piso, a lo lejos se oye una voz. No puede ser, no pueden seguir follando, llevo más de dos horas horas fuera de casa. En el sexto piso siguen follando con la misma intensidad que al principio, la mujer grita sin parar. Entra en su piso cabreado y empieza a dar vueltas. Alguien tiene que decirles algo, no puede ser, me están estropeando el día. Habrán parado cuando me he ido y ahora están otra vez, si no, no lo entiendo. Pero no puede ser, tiene que haber formas más silenciosas de hacer el amor.

Da vueltas al apartamento, pero no concibe otra solución, tiene que bajar y hablar con ellos. A lo mejor si habla con ellos y les explica que es su día de descanso y que el resto de días está trabajando pero que hoy justo hagan el favor de hacer el amor un poco más despacio. A lo mejor lo entienden, debería darles una oportunidad. No merezco esto joder, tengo derecho a un día tranquilo a la semana. Es cierto que no vivimos en el mejor barrio ni en el mejor edificio de apartamentos, y es cierto que vivo en un zulo con baño compartido, y todo eso lo puedo soportar. Pero esto, creo que es demasiado. Con la energía de un hombre que se dispone a cambiar el mundo, se pone de nuevo la chaqueta, por instinto, y sale del apartamento.

Está nervioso, pero hace como que no, como que todo va bien, como que todo tiene sentido, pero no. Está nervioso, pero aun así baja las escaleras decidido, aunque en el fondo está pensando que el tipo al otro lado, para follar así, tiene que ser grande, lo suficiente como para partirle la cara a un tipo escuálido como él. Se queda frente a la puerta. Sigue oyendo los gritos de la mujer. En un impulso que nunca sabrá de donde vino, llamó al timbre.

Al otro lado de la puerta, los gritos se paran, como si se hubiera dado al botón de pausa en un disco en reproducción. Se pueden oír unos pasos acercándose hacia la puerta. Él está a punto de subir corriendo, cuando se gira el manillar y la puerta se abre. Enfrente de él, aparece una mujer desnuda que le mira con una sonrisa opulenta, mientras él recorre con su mirada su cuerpo esbelto y de caderas suntuosas, sus pechos, el pelo rasurado del pubis, las rodillas, los pies pequeños y desnudos, con uñas pintadas de rojo. Levanta la cabeza y la mira de nuevo. Está a punto de decir algo cuando ella, delicadamente, le agarra de la solapa y le mete dentro de casa al tiempo que dice:

— Spiderman, llevo mucho tiempo esperándote.

Daniel Alonso Viña
26.10.2020