Fotografía de Marina Abramovic

La esperanza estaba a punto
de despertar
cuando la ahogaron.

D

-

Una pareja había terminado de hacer el amor en la habitación número 325 del hotel Ritz de Chicago. Las sábanas esparcidas por la cama y el suelo, donde todavía quedaba la ropa interior de la pareja. Era de noche y el espacio estaba pobremente iluminado. La lámpara del techo dejó de funcionar en mitad del acto y la única luz era la lámpara de la mesilla, cuyo espectro amarillo y tenue se esparcía con dificultad entre los cuerpos desnudos que allí reposaban tranquilos.

Ambos sabían que ya eran más de las nueve y que ya era momento de irse de allí. Tenían que volver a casa con sus familias antes de que fuera demasiado tarde para la cena de los niños. Primero se levantó la mujer, y poco a poco, lentamente, con pereza, se fue poniendo la ropa. Tenía la mirada perdida y buscaba con creciente tensión las cosas. A medida que su mente se iba despejando la realidad volvía a dominar el espacio de sus pensamientos y su ceño se fruncía y su cuerpo se fue anquilosando.

El hombre estaba recostado, con la espalda apoyada en la cabecera, observando como ella se vestía y se ponía los pendientes, se arreglaba el pelo, se ponía los zapatos, los tacones. Examinando el aire con más atención se podía percibir algo que crecía entre los dos, de forma silenciosa, como si un monstruo hubiera entrado en la habitación y estuviera a punto de separarlos. Sin saber muy bien porqué, pero sabiendo que debía decir algo, preguntó:

—Cariño, ¿pasa algo?

Ella le miró y no dijo nada, se metió en el baño y terminó de arreglarse. El hombre se quedó en la cama, preocupado. Sabía que no debería haber dicho aquello, pero ya no había forma de echarse atrás. Cuando ella salió del baño, dijo:

—Creo que me he pasado de la raya antes, cuando te dije que te quería. No quería decir eso, de veras. Lo siento. No volverá a ocurrir — y le dirigió una mirada seria, con apenas un deje de súplica.

—Pero lo has dicho—dijo ella sin inmutarse y con una rapidez que adivinaba que era eso en lo que estaba pensando.

—Ya pero no es lo que quería decir.

—Ah ¿no? ¿Y qué querías decir?

—Pues...quería decir... que te aprecio. —dijo por fin— Eso es. Te aprecio mucho y quiero seguir viéndote. Nada más.

—Pues no fue eso lo que dijiste.

—Ya.

—Dijiste “te quiero”.

—Ya.

—Y ahora ¿qué se supone que debo hacer yo?

—No sé... No sé... ¡Lo siento! No quería decirlo. Salió así, de repente. No pude controlarme. Lo siento. Te prometo que no volverá a ocurrir.

—Ya. Pero no creo que podamos seguir juntos.

—¿Cómo?

—Lo que oyes.

—Pero si estábamos bien.

—Ya, pero la cagaste.

—¡Pero si sólo te he dicho que te quería! Olvídate de ello y ya está.

—No puedo, ¡No puedo olvidarme de ello! Lo dijiste y ya no hay vuelta atrás. Tenemos que dejarlo.

—Ah genial... Osea, que te digo que te quiero una sola vez y ahora de repente todo se va a la mierda y encima es culpa mía. Pues no, ¡me niego a asumir la culpa! Es tu maldito problema y es culpa de tu inseguridad y de tu incapacidad para lidiar con los sentimientos y con el compromiso... ¡Te dije que te quería porque te quiero! Ala, ya lo he dicho.

—Para por favor.

—¡Te quiero! ¿Lo entiendes? llevamos saliendo juntos tres meses y te quiero y no me arrepiento de ello ni de nada. Me he enamorado de tu cuerpo y de tus ojos y de las mañanas y las tardes que pasamos juntos en este hotel de mierda y de la forma en que te comportas en cada segundo y de lo que dices y de todo. Te quiero.

—¡Pero teníamos un pacto! ¡Dijimos que nada de amor! me prometiste que no te enamorarías de mí. Ese era el trato.

—Oh, por favor, no seas ridícula. Somos adultos, los dos sabemos que esa mierda no sirve para nada, que las palabras se las lleva el viento y el tiempo pasa entre la piel suave de nuestros cuerpos y por nuestras fosas nasales y dormimos juntos y follamos como animales y desayunamos en la cama como si estuviéramos en nuestra luna de miel y... ¡y la realidad cambia! Y las palabras que ayer significaban algo ahora no significan nada, igual que cuando antes te dije te quiero, antes significaba algo y ahora significa una cosa distinta... y por eso te digo de nuevo que te quiero, para que vuelva a coger significado, para que entre en tu pequeña cabeza de nuevo, sin manchas, sin pasado, lo digo de nuevo... te quiero.

—Calla por favor. No te permito que me quieras con esa arrogancia, con esa superioridad. No sé quién te crees.

—Yo te quiero como a mí me dé la gana.

—Pues me voy, y esto se ha acabado.

—¿Acaso tú no me quieres?

—No.

—No te creo.

—¿Que no me crees?

—No te creo.

—Pues no sé cómo quieres que te lo diga, pero no te quiero.

—No me digas eso.

—No te quiero.

—Calla por favor.

—¡No te quiero no te quiero!

—¡No! Calla por favor me haces mucho daño.

—Lo siento, pero es lo que hay. Dijimos que no nos enamoraríamos, y has roto tu parte del trato, así que me voy.

—¡No! no te vayas.

—Me voy.

—Tú también me quieres, admítelo.

—No.

—Sí... para... no te vayas, tú también me quieres... dímelo... aunque sólo sea una vez... y no vuelvas más... no hace falta que vuelvas, pero dímelo, sólo una vez, no me dejes así, no, me partirás el corazón, al menos dímelo una vez... ¡No! quítate el abrigo, no te vayas, no puedes dejarme así... sólo una vez.

—No puedo.

—Sí.

—Me marcho, lo siento, esto se ha acabado.

—Dímelo, aunque sea en un susurro, aunque sea sin querer, dímelo al oído para que nadie más pueda escucharlo, dímelo en un suspiro, con la mirada, mírame a los ojos y dímelo con esos ojos de los que me he enamorado sin remedio. Dímelo en una nota de papel, con un mensaje de texto. Como sea, pero dímelo.

—¡No puedo! Déjame marchar... ¡Déjame!

—Está bien... vete.

—Me voy.

—Márchate de aquí. Pero no vuelvas más, no me gusta perder el tiempo con mujeres como tú, vacías y cobardes. ¡Vete y no vuelvas más!

—¡Ya me voy!

—¡Vete de aquí!¡Ya no quiero verte nunca más! No te preocupes por mí, en un par de días seré capaz de quitarme este amor tuyo de encima. De todas maneras, nunca llegaste a gustarme demasiado, sólo estaba sobreexcitado en el momento en que te lo dije. Así que vete, ya no te quiero.

—Qué dices.

—¡Que ya no te quiero!¡Vete!

—Me voy.

—Eso es, márchate para que pueda seguir con mi vida de siempre. Desde que llegaste todo ha sido un desastre. Creo que estaré mejor sin ti.

—Pero qué dices.

—¡Eso digo!¡Que quiero que te vayas! Desde que llegaste a mi vida todo menos nuestra relación ha sido un desastre y ya no te quiero ver más. Las palabras se las lleva el viento y también corren rápido como el agua los sentimientos. Antes te quería y ahora ya no te quiero ni ver. He descuidado mi trabajo y mi familia para verte, para estar contigo, para darme a ti. No sólo mi cuerpo sino todo lo que soy lo he puesto a tu disposición, y ahora me tratas así, con ese desprecio, como si hubiera cometido una falta mortal, como si fuera un rastrojo, un don nadie. No te lo permito más. Te quería, pero dentro de poco dejaré de quererte, así que déjame en paz.

—Pues si eso es todo, me voy. Espero que todo te vaya bien.

—Genial

—¿Ya está? ¿Eso es todo lo que tienes que decirme? Me estoy marchando de la habitación y no voy a volver nunca más ¿y eso es todo lo que tienes que decir?

—Sí, ¿qué más quieres?

—Aha!... ¡Lo sabía! ¡¿Eso es todo lo que me quieres eh?! Te digo que no te quiero y todo tu castillo de naipes se derrumba, te digo que me voy te doy un golpecito de nada en tu corazón y todo tu amor por mí se viene abajo como si nunca hubiera existido. ¡Eso es porque en realidad no me quieres! Nunca me has querido de verdad, tu amor es pura pasión, ganas de sexo, como todos los demás. Y dura lo que dura un polvo y se muere hasta el siguiente. Tu amor es de mentira, efímero pez que sube la montaña y se queda atrapado entre las fauces del lobo. Eso es. Sabía que no podía fiarme de tus palabras, porque no significan nada, porque dichas en medio del éxtasis no significan nada. Los hombres decís te quiero con la misma facilidad con la que eyaculáis, en un momento de excitación que dura tan poco y con ello se os van las fuerzas y vuestras palabras desaparecen como si hubieran sido dichas de broma, en un sueño irreal. Vuestra valentía desaparece y vuestra convicción se va con ella. ¡Sois unos cobardes! Queréis porque os conviene, porque es eso lo que nosotras queremos, pero en cuanto no os sale a cuenta dejáis de querer y seguís caminando por el recorrido de la vida, sin mirar atrás y sin ver los cadáveres que vais dejando. Es vergonzoso. ¡Por eso nunca te dije que te quería! ¡Lo sabía! Sabía que pasaría esto. Por eso nunca me enamoré y por eso teníamos esa norma.

—...

—...

—Lo siento.

—Lo sé.

—No volverá a ocurrir.

—Cállate.

—Te quiero.

—Yo también.

—Ven aquí.


FIN

Daniel Alonso Viña
5.1.2020