Fotografia de Erwin Wurm

Si no digo la verdad esto no sirve para nada.

Me acuerdo de cuando escuchaba esta canción contigo. Ya no me duele tanto. No sé por qué, pero está canción me ha marcado más que todas las demás. Será por lo deprimente que es. Creo que te he escrito tanto que ahora ya no eres nada. Se ha desgastado el pozo de tus sentimientos, se ha quedado sin fuelle el animal que llevo dentro y que respondía a tu llamada gutural. Te he utilizado, he pervertido tu memoria hasta la extenuidad. Ahora ya no te queda nada, eres simple, fácil, inútil, a los ojos de mi mente creativa. Espero que no te importe. Claro que no te importa. No te importa una mierda. Porque nunca te importó.

Esta pena no te compete, 
este pesado armario no guarda ya tus cosas,
el rellano de esta casa ya no llora por tu partida
y en el techo el ruiseñor 
ya no espera antes de cantar tu despedida.

Porque el valle de lágrimas se acaba frente al puente de las amapolas, y el cielo enfrenta en su lecho las maldades de su estridente persona. Sin saber cómo, se han caído del cielo los ángeles que protegían la entrada y ahora estoy aquí, entre las nubes, a punto de caer sobre la madre tierra en una explosión de sabiduría y ternura que no se ha visto nunca en ningún otro sitio jamás.

El otro día estaba raro y la llamé.

El amor se me quedó incrustado en el cuerpo cuando te fuiste. Era un como saco grande, más grande que el saco de patatas que nos traía mi abuela siempre que venía del pueblo. Y estaba repleto de objetos. Era muy grande. Cartas selladas, arena y rocas de las playas en las que dormimos juntos. Pesaba como un muerto, como un muerto del tamaño de un hombre grande. Me lo dejaste en el salón de casa antes de irte y no volviste a por él. Nadie ha venido a recoger sus restos. Al final me tuve que ocupar yo mismo del asunto. Tuve que cortar su cuerpo en pedazos y cada vez que salía a dar un paseo al perro me deshacía de un trozo. Cada día llevaba en el bolso de la chaqueta uno o dos dedos, una rodaja de la pierna, o las dos orejas. Las tiraba al río o las enterraba en la tierra. El perro cavaba el hoyo con sus patas y yo metía el trozo de cuerpo y lo cubría. No quería que nadie se enterase de lo que sucedió aquel día en que te fuiste. Tú no me ayudaste, ni me diste las gracias por haberme ocupado de aquello. Me sigue resultando complicado pasar por tu calle. Un vórtice de energía ensombra mi mirada y se me ponen los pelos de punta. Escapó como un gato cuando ve a mi perro en la distancia. Miro atento, y al mínimo movimiento de los edificios, huyo escopetado. Me traía buenos recuerdos pasar por allí, y ellos me hacían triste. Los buenos recuerdos te hacen triste cuando son iluminados por la luz de la memoria. Los malos recuerdos adquieren con el tiempo un color diferente, y casi me sacan una sonrisa. Los malos se vuelven buenos porque uno piensa que los ha superado, que está vivo pese a eso que sucedió y que te tumbó durante algún tiempo. Los malos recuerdos, por el mero hecho de seguir viviendo, se superan, y los recuerdas pensando que ahora eres más fuerte. Los buenos recuerdos se vuelven más y más nocivos con el tiempo. No sirven para nada, sólo para volver a un tiempo en el que las cosas funcionaban, en el que el mundo se movía un poco más lento y era más fácil seguir su movimiento con la mirada. Ahora todo va rápido y no me enteró de nada. El salón se llenó de sangre con la operación de cortar y repartir los trozos. Tuve que tirar la alfombra y poner una nueva, más grande. El parqué sigue teniendo un tono más oscuro en las zonas afectadas. Además de eso, en la operación de reforma, tiré un montón de cosas. Quedaron todas manchadas de sangre y no había forma de recuperarlas. Adquirieron un aspecto terrorífico ahí puestas sobre la estantería, manchadas por una especie de líquido viscoso. Me pedían a gritos que acabará con su sufrimiento, que las tirara por la ventana y las estrellara de forma estrepitosa y definitiva contra el suelo. Lo pase mal. Hubo algunos días que no quería seguir haciendo el trabajo, que estaba cansado, que tenía miedo de que algún perro descubriera los trozos en el parque, o que los dedos reflotan en la orilla del río o que algún periodista se llevará una oreja con la pala mientras remaba. Pero seguí, no importa el miedo o la incertidumbre. Me acostumbré a muchas cosas nuevas cuando te fuiste. La música de antes ya no servía, me hacía estallar en un mar de olas y tempestad. El esbozo de una tristeza enorme se escondía detrás de aquellas melodías, y no tenía fuerzas para investigarlo. Los vinilos se estropearon y el reproductor empezó a emitir un pitido insoportable. Se lo regalé todo a mi hermano, y él parece contento con ello, le funciona sin problemas. Cada vez voy menos a su casa, pero eso no tiene nada que ver. Encontrar música nueva no fue fácil, es difícil reemplazar algunas canciones. No se puede. Encontrar música nueva no es fácil, ahora las cosas no funcionan igual. Dicen que está bien porque todo el mundo puede hacer música y eso hace que haya más variedad. Pero lo que no te dicen es que ahora hay más música de mierda que nunca antes. Esa es la variedad. Todavía no me he recuperado del todo. No creo que nadie sospeche jamás lo que sucedió en este salón, a menos que uno de los dos lo cuente. En ese caso no sabría decirte qué puede pasar. En fin, que me mudo, que me voy de esta casa. Para siempre. No puedo seguir viviendo aquí. Es un lugar poco seguro para mí desde que te fuiste. No creo que puedas entenderlo. Los cuchillos se me escapan de las manos como los peces de las manos del pescador que ya les ha quitado el anzuelo, y el otro día tuve que ir al hospital a que me vendaron el pie. Por poco me rebano el dedo meñique. Pensaba que no era un dedo importante y que estaría bien no tenerlo, pero el médico discrepó de forma rotunda cuando le comenté mi opinión. Me dijo que la gente que perdía el dedo meñique lo pasaba mal. A los pacientes les recomendaban cortarse también el otro. Andar sin dedo meñique en un pie puede causar graves problemas a la hora de caminar. Con el tiempo se agravan y generan desviaciones de la columna vertebral y cosas así. Yo nunca había pensado que fuera tan importante. Lo tengo siempre torcido, con la uña mirando hacia fuera, como si quisiera escapar, como si no tuviera nada que ver conmigo. Pero ahora ya no me río tanto cuando le veo. Digamos que le he ido cogiendo respeto. El otro día, para que comprendas mejor porque me voy, casi quemo la casa. Menos mal que tenemos el aparato ese de plástico que no sirve para nada conectado al techo. Tengo. Tenía. El caso es que dejé la sartén a calentar y me fui al baño un momento. Me distraje mirando unas cosas y cuando volví salía fuego de la sartén como los cocineros profesionales cuando echan alcohol para hacer algo visualmente impactante. Cogí una almohada del sofá y la puse encima. Después eché un vaso de agua y esperé a que se apagara. Al final se apagó. La casa lleva oliendo a humo desde entonces. El otro día, para que veas que no bromeo, me caí en la ducha. Nunca me había caído en la ducha. Podría haberme matado. Desde entonces me ducho sentado. No me fio un pelo de esta casa. Me está mandando una señal muy clara. Sal de aquí. Y eso es lo que pienso hacer. Sólo llamaba para hablar contigo para saber qué tal estás. Pero no me coges el teléfono nunca, así que he decidido desahogarme en el contestador, aunque estas cosas viejas ya no sirvan para nada. Pienso que todavía queda una posibilidad, aunque sea mínima, de que lo escuches, y eso me hace seguir hablando. Pero debería dejarlo ya. No quiero decirte que te quiero porque ya no quiero quererte. Es mejor que vaya utilizando un lenguaje apropiado a mi nueva vida. Así que nada, te mando un abrazo, o mejor, un saludo, desde nuestra antigua casa. Y nada. Eso. Adiós.

El cielo se muere por tus huesos. El pájaro esparce sus especias rociando con su gracia todos los platos del señor. Quiero comer sano esta semana. El mundo escarba hondo hasta encontrar la mierda que le haga morir tranquilo. Se pasa el día cavando, sin parar, sudando, bebiendo mucha agua. Hasta que quedas enterrado, y ni te has dado cuenta porque estabas tan concentrado cavando. Primero un lateral, luego otro, primero cavo, luego saco la tierra. Metódicamente, con calma, primero el lado derecho, luego el izquierdo, dando vueltas de reloj. Primero con la mano derecha delante, luego cambio, para no cansarme. Cavando estoy. Hasta que la lluvia y el viento te entierran. Y ya está. Y luego sale el sol y las nubes cantan y los ríos llueven por las ciudades debido al exceso de adrenalina que han acumulado en la bajada. Esos rápidos emocionantes, los tubos succionadores y las curvas, el pescado y los osos tratando de cazar. Todo. Y lloran, y llueven.

Daniel Alonso Viña
28.12.2020